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Eduardo Galeano

El miedo al socialismo sirve para socializar el miedo. A la hora de la verdad, el miedo impidió que se moviera hacia la izquierda la mano de los votantes indecisos que decidieron la elección. Pero a pesar del miedo, y contra el miedo, la fuerza alternativa ha pasado, en cinco años, del 30 al 44 por ciento de los votos. No está nada mal, al fin y al cabo: era el club Progreso contra los dos grandes a la vez, Nacional y Peñarol jugando juntos. Y bien se puede decir que el espectacular crecimiento de la izquierda implica un cambio radical en un país que parecía condenado a nostalgia perpetua, por siempre petrificado en la repetición y en la resignación. Una amplia base social, formada sobre todo por los jóvenes y por los muy jóvenes, está haciendo posible el entusiasmo, esa linda palabrita que significa, según su raíz griega, "tener a los dioses adentro". El panorama está dejando de ser un panodrama, como quería el entrañable Peloduro, que no vivió para verlo.

En alegría, el Frente ganó por goleada. Hasta los perros y los caballos andaban embanderados, por las calles, el domingo de la elección. En votos, el Frente perdió: la derecha embarró la cancha, jugó sucio, desató una campaña del miedo destinada a demonizar a la izquierda y a desconfiar de lo nuevo, que más vale mal conocido. La izquierda apostó por el juego defensivo; y una vez más se comprobó que en la política, como en el fútbol, como en la vida, el juego defensivo, que renuncia a la audacia en función del resultado, no resulta.

La publicidad, ya se sabe, obra milagros. Tocados por su varita mágica, los venenos se convierten en alimentos, y como tales se venden. A la inversa, la publicidad también es capaz de convertir en venenos a los alimentos, para que nadie los compre. El bombardeo de la propaganda se propuso asustar, chillidos de espanto ante la brujería alborotada, y hasta cierto punto lo logró: lo logró para postergar, al menos por cinco años más, lo que ya parecía inevitable.

El impuesto a la renta, pongamos por caso, que se aplica en casi todo el mundo, resultó ser una invención marxista para despojar a los trabajadores y a los jubilados de lo poco o nada que tienen. En la realidad, no más que el 3 por ciento de los jubilados iba a pagar el tal impuesto; en la publicidad, lo iba a pagar la gran mayoría, dos de cada tres, y en el país entero se difundió el rumor de que hordas de tupamaros y comunistas iban a recorrer casa por casa, destripando colchones en busca del dinero escondido.

Y otras alarmas resonaron, cuando ya parecía que la mayoría del electorado se había hartado de desayunar promesas y almorzar mentiras. El Uruguay no iba a pagar su deuda externa, los norteamericanos se iban a enojar y nos iban a castigar con el bloqueo y el hambre, como en Cuba, y habría golpe de Estado, y volverían los tiempos de la violencia y de la dictadura militar. Y la fuga de capitales: no iba a quedar, en el país, ni un solo peso partido por la mitad. Fuga de qué capitales, nunca se aclaró. ¿Los capitales productivos? Los uruguayos tenemos menos trabajo que el barbero de Fidel, y aquí sólo prospera la industria del discurso político, la exportación de trabajadores a los países extranjeros, las lavanderías de dinero sucio y los fastuosos shopping centers, donde se entona el himno patrio las muy raras veces en que se vende algún producto nacional.

Los dos grandes partidos tradicionales se unieron contra el enemigo común, el Partido Colorado y el Partido Blanco en una fuerza única que podría llamarse Partido Coloranco, y juraron que harán mañana todo lo que no hacen hoy, ni han hecho ayer, ocupados como han estado, y siguen estando, en el ordeñamiento de la vaca, desde los lejanos tiempos en que Dios creó el cielo, la tierra y el Uruguay.

La vaca pública en manos privadas: por decisión de un plebiscito popular, las empresas públicas siguen perteneciendo al Estado, pero la gran pregunta es: ¿a quién pertenece el Estado? El monopolio político de la vaca, que ha reducido los derechos ciudadanos a favores del poder, acaba de sufrir, en estas elecciones, la más grave amenaza de toda su historia. Entonces se puso en evidencia un fenómeno muy interesante para los hombres de ciencia: el síndrome de la pérdida de la vaca, que no había sido estudiado por don Segismundo Freud ni por sus numerosos seguidores. Así se denomina el conjunto de síntomas que revela el trauma sufrido por los dueños de la vaca, que la siguen ordeñando hasta la última gota de su leche, ante el inminente peligro de liberación de este mamífero rumiante.

El síndrome de la pérdida de la vaca se manifiesta a través de una crisis de pánico. El pánico empieza atacando a los dueños del cuadrúpedo, pero rápidamente se proyecta sobre la colectividad. Los expertos publicitarios actúan como agentes de contagio de esta peste del miedo, que se propaga, la prueba está, con la rapidez necesaria para decidir una elección. La historia universal enseña que los dueños de la vaca tienen la habilidad y la costumbre de trasladar a los demás todo, menos la vaca: sobre la sociedad entera descargan sus deudas, sus bancarrotas, sus crisis, y también sus pánicos.

El Partido Coloranco, que llama Acuerdo Programático a su derecho de seguir ordeñando a cuatro manos al extenuado animal, puso el grito en el cielo: si la izquierda ganaba, el Uruguay iba a quedar en manos de unos forajidos que roban a los pobres, violan a las ancianas huérfanas y revuelven el brasero con el piecito del bebé. Hubo gente que lo oyó, lo creyó y decidió.

La vaca tendrá que pasarse, todavía, otros cinco años atada.

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El derecho al delirio


Ya está naciendo el nuevo milenio. No da para tomarse el asunto demasiado en serio: al fin y al cabo, el año 2001 de los cristianos es el año 1379 de los musulmanes, el 5114 de los mayas y el 5762 de los judíos. El nuevo milenio nace un primero de enero por obra y gracia de un capricho de los senadores del imperio romano, que un buen día decidieron romper la tradición que mandaba celebrar el año nuevo en el comienzo de la primavera. Y la cuenta de los años de la era cristiana proviene de otro capricho: un buen día, el papa de Roma decidió poner fecha al nacimiento de Jesús, aunque nadie sabe cuando nació.

El tiempo se burla de los límites que le inventamos para creernos el cuento de que él nos obedece; pero el mundo entero celebra y teme esta frontera.

Una invitación al vuelo


Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general, mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar. ¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos;

nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y otra, Perú;

en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental, porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última y cada día como si fuera el primero.
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